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Una mujer de otra época

hildegarda de bingen historia Nov 07, 2020

Por: Julián Santamaría

Para muchos, Hildegarda de Bingen es tan solo el nombre de una compositora. Sin embargo, fue uno de los personajes más fascinantes de la Edad Media. Se desempeñó como médica, compositora, poetisa, abadesa, profetisa y escritora de tratados científicos y teológicos. La vida de esta mujer representa uno de los momentos más excelsos de la intelectualidad de su época.

Hildegarda de Bingen nació en 1098 en Bemersheim, pueblo perteneciente al entonces Sacro Imperio Romano. Como tantas mujeres de la época, su destino fue decidido por su progenitor. Siendo la décima y última hija de la familia, a los ocho años de edad, le correspondió ser enviada al monasterio Disiodenberg.

A los 38 años se consagró como abadesa y comenzó la redacción de ‘Scivias’ (‘Conoce los caminos’), el primero de muchos textos que dedicó a sus visiones.  El libro está compuesto por pasajes que describen, en detalle, los espacios celestes, el reino de Dios y el Infierno. Pero más allá de meras visiones, estos escritos revelan un profundo conocimiento tanto de la teología y tradición cristiana como de las corrientes filosóficas contemporáneas.

Kuno, el abad del cenobio masculino de su monasterio y con quien mantuvo una feroz rivalidad a lo largo los años, acusó a la religiosa por considerar que los textos estaban inspirados por el diablo. Pero la investigación que llevó a cabo el Vaticano no solo reconoció las visiones como verdaderas inspiraciones divinas sino que además expreso su admiración por el trabajo.

La producción intelectual de Hildegarda también se extendió a las ciencias naturales. Cabe destacar su libro Physica (Física), un tratado donde se describen las plantas, animales y minerales; y Causa et Curae (Causas y Remedios), un libro de tratados médicos que ofrece una serie de recetas basadas en remedios naturales y recomendaciones alimentarias que se alinean con lo que hoy se conoce como medicina natural.

Un retrato de Hildegarda de Bingen

 

Sus aportes más conocidos a la cultura occidental fueron sus composiciones musicales. Hasta nuestros días han llegado 77 composiciones que tienen intervalos de dos y hasta tres octavas, ascensos y descensos en saltos de quinta y melismas que incluyen hasta cincuenta notas en algunas palabras.

Su trabajo la hizo una persona celebre en el mundo cristiano. Esto, sumado a sus posiciones e ideas radicales, hizo que parte del mundo eclesiástico la viera como una amenaza contra la ortodoxia. Es por eso que durante el resto de su vida soportó  el rechazo y cuestionamiento de ciertos sectores de la Iglesia.  Aun así,  en vida se le adjudicaron numerosos milagros y con frecuencia recibió donaciones y peregrinos.

Su fama era tal que sostuvo una correspondencia constante con tres Sumos Pontífices (Atanasio IV, Adriano IV y Alejandro III). Así como con personajes de la talla de Federico I Barbarroja, Irene la emperatriz de Bizancio, Leonor de Aquitania y Enrique II de Inglaterra. Todos ellos buscaban su consejo para cuestiones de carácter espiritual, así como de gobierno y en ocasiones predicciones del futuro.

Con el paso de los años, su prestigio atrajo un gran número de nuevas religiosas y decidió fundar un monasterio exclusivo para mujeres. A pesar de la oposición de su rival Kuno que veía su autoridad, prestigio y la viabilidad financiera de su monasterio en peligro, el aval del Sumo Pontífice, le permitió a  Hildegarda cumplir con su proyecto.

Pocos días antes de morir, se enfrentó a uno de los episodios más difíciles de su vida: la excomunión. Cuando enterró en su monasterio a un noble que había sido excomulgado, sus enemigos dentro del mundo eclesiástico aprovecharon la oportunidad para injuriarla y lograron que fuera excomulgada. A pesar de su avanzada edad,  respondió a las acusaciones y la excomunión fue levantada. Murió el 17 de septiembre de 1179 a los ochenta y un años.

Durante siglos, su importancia y genialidad fueron subestimados y solo hasta el 27 de Mayo de 2012, junto a San Juan de Ávila, se le otorgó el título de ‘Doctor de la Iglesia Universal’. Título que solo ha sido concedido a 36 individuos en la historia de la Iglesia Católica. De esa manera, se empezó a resarcir el lugar que Hildegarda de Bingen merece en la historia de Occidente.