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Un hombre al desnudo, Opiniones Ilustres

consuelo gaitán héctor abad faciolince opiniones ilustres Nov 07, 2020

Por: Consuelo Gaitán

 

Lo que fue presente
(Diarios 1985-2006)

Héctor Abad Faciolince

Confieso que me embargaba el espíritu de la frivolidad (si acaso esta lo tiene) cuando comencé a leer estos Diarios, pero se me fue apagando a punta de frases como estas: “mi fantasía es la vida. La vida pura y dura”, “soy un padre niño”, “la gente no va sola al baño, lleva siempre libros o revistas u hojas de periódico para no estar sola consigo misma”, “he perdido la candidez necesaria del que cree en el crear”, “ahora siento esa opresión que me obliga a escribir. Es una especie de tristeza excitada, una oscura nostalgia de algo que nadie ha escrito nunca”; “la fantasía como la herramienta perfecta para entender los secretos de la realidad”. Y aquí llevaba escasamente 40 de las 600 páginas que tiene el libro. Continué leyendo, ya no para conocer los detalles de la vida de un amigo, sino para tener el placer de gozar del cautivante estilo de un escritor, con la pasión que produce adentrarse en las profundidades de un autor que logra hacer de sí mismo un personaje capaz de rescatar del olvido instantes únicos, irrepetibles y nimios, pero tan comunes y relevantes como lo es para cada individuo su propia biografía.

El personaje que va saliendo a la luz, un hombre al desnudo, plagado de contradicciones, de temores y obsesiones, va adquiriendo una dimensión tan real y carnal que de inmediato confronta al lector y lo invita a una especie de conversación: a recordar los propios pecados, la pereza, las infidelidades, los amigos perdidos, la sexualidad precaria, la (irracional) fe ciega en el arte, la obsesión por la muerte…Y junto a esto, una serie de opiniones durísimas sobre sí mismo, críticas severas por su carácter y por las decisiones que hieren a otras personas, son verdaderos latigazos en el ego. Este poder de confrontación y de hacer de espejo lo sugiere precisamente una frase del propio libro: “Una película, un libro, son buenos cuando nos obligan a pensar sobre nuestras propias vidas, sobre nuestra condición en este mundo”. Y el mundo al que se refieren estos Diarios es a la Colombia de la transición del siglo XX al XXI, donde la muerte y la degradación moral definen a un país que está en manos de personajes ignominiosos que no han querido reconocer el derecho de millones compatriotas a la paz y a la vida digna.

Héctor Abad Faciolince, escritor colombiano.
Foto: Revista Amigos y Socios

Aquí está el combate que todos hemos dado por la construcción de nuestra propia identidad, en este caso rescatado por el proceso de escritura, de alguien que nos representa, que habla nuestro propio lenguaje, que fincó su destino en este ejercicio y, así como se salva a sí mismo de caer en el abismo, sentimos que de alguna manera también nos ha salvado a nosotros. Es una escritura sin amaneramientos, que usa el lenguaje del habla común, que busca la palabra exacta, no la más decorativa. Está escrito con el ritmo con el que sentimos y hablamos los colombianos de hoy, por supuesto con la ironía y el humor que nos caracteriza (el relato de cuando conoció a Fidel Castro es una pieza del más refinado humor). Pese a la extensión del libro, el lector no se agota, sigue el curso de la narración sin dificultad porque, como él mismo lo dice: “Quizá la claridad en lo difícil sea la prueba suprema de la profundidad”.

Ya nos estremecimos ante el relato de su tragedia particular en El Olvido que seremos, ahora asistimos al proceso de formación de un hombre marcado por la violencia y al recorrido de un camino lleno de tropezones y aciertos hasta convertirse en el escritor que ha decidido ser. El conflicto ético de un hombre que no pudo desconectarse del padecimiento de su país. En la dicotomía Italia (civilización, cultura, belleza, seguridad, confort académico), Colombia (atraso, fealdad, miseria, inseguridad), Héctor Abad decide convertirse en un escritor colombiano, que escoge hablar y escribir en su lenguaje, que padece su dolor, que vive con el miedo del día a día y que no es capaz darle la espalda a su tierra y a su pasado. Durante años, Abad ha trabajado en la búsqueda de su voz narrativa, de un estilo literario propio, único, y estos Diarios corroboran lo que intuíamos: que su lenguaje más logrado es en primera persona, cuando habla de sí mismo, cuando el protagonista es su propio mundo. El mejor material lo lleva puesto.

“Sufro dos idealizaciones de la cultura en la que me levanté: idealizo el arte (la literatura en mi caso) y el amor”. Y esto cuentan los Diarios: sus historias de amor descarnadas, cada una con sus particularidades de celos, culpas, impotencia, renuncias (¡casi deja de escribir estos Diarios por complacer a su mujer!); sus grandes mitos sentimentales convertidos en novelas. Confiesa cómo cada novela que escribe corresponde a cada uno de sus amores (¡y vaya si son diferentes entre ellas!). El erotismo, más allá de los hechos puntuales relatados, aparece como un eje fundamental (Freud presente) de la existencia del diarista. El autor aborda este tema con la complicidad y el desenfado de quien escribe en solitario. Sin embargo, como búsqueda emocional suscita en el lector reflexiones sobre cómo se pueden ir delineando lenguajes para descifrar su misterio y entender su lugar preponderante en la vida humana. Buena lectura para comprender algunos enigmas de la masculinidad.

Al ir terminando el libro, por supuesto, se perciben cambios del joven-niño melancólico, inseguro, a un hombre -el escritor en ejercicio de su religión- más confiado y benévolo consigo mismo: “Esta semana feliz no hizo infeliz a nadie en su momento y aumentó para siempre mi confianza en la vida y el desprestigio de la amargura y la muerte”.

Un escritor que ha tenido una intensa cercanía con la muerte, que ha evitado asfixiarse por el sufrimiento a través de su oficio (“o escribo o al matadero”), que ha leído como pocos, por supuesto ha terminado por despreciar las preocupaciones menores, entre otras cosas las envidias y maledicencias. ¡Qué bueno!

*Consuelo Gaitán, graduada en filosofía y literatura de la Universidad de los Andes. Se desempeñó como Coordinadora del Grupo de Literatura y Libro de la Dirección de Artes del Ministerio de Cultura. Exdirectora de la Biblioteca Nacional.